Desde el punto de vista de la ley, en Singapur los chicles están al mismo nivel que la marihuana o la cocaína. Se pueden consumir, pero no vender. La venta conlleva multas de hasta 2.000 dólares y la importación incluso puede acarrear penas de cárcel.
El ex-primer ministro Lee Kuan Yew cuenta en sus memorias que en 1983 el Ministro para el Desarrollo Nacional le propuso prohibir los chicles por los problemas que generaban en el mobiliario público.
Los vándalos los metían en los buzones, los pegaban en cerraduras, en los botones de los ascensores, en los asientos del transporte público, en la acera, etc., ocasionando numerosos gastos al estado para eliminarlos.
Cuenta la leyenda que cuando el Primer Ministro que había entonces, acudió a inaugurar el primer tren, no se puso en marcha porque alguien había pegado el botón de encendido con chicle. Así que el 1992, el Primer Ministro Goh Chok Tong promulgó una ley para prohibir la venta de chicles.