Una dieta saludable incluye el consumo de sales, pero se trata de un porcentaje muy bajo. Estamos hablando de que, de cada 1000 gramos de fluido que ingresan a nuestro cuerpo, 9 gramos son de sal. Los niveles de sal en el organismo deben ser ‘iguales’ tanto en las membranas de las células como en su interior. Pero cuando la concentración de sal es mayor en el exterior, la célula traslada una parte de su contenido líquido hacia afuera para restaurar el balance. Si esto no funciona, puede empezar un proceso de deshidratación que afectará a todo el cuerpo.
Cuando el exceso de sal se da en el torrente sanguíneo, las arterias se vuelven más rígidas, dificultando la circulación de la sangre, y aumentando así el riesgo de sufrir colapsos en el corazón. Cuando el consumo de sal es muy alto, los riñones empiezan a verse perjudicados, pues son filtros naturales que ayudan a limpiar la sangre, y a la vez se encargan de producir la orina. A través de la orina el cuerpo puede autorregular su nivel de salinidad, pero si la concentración de sal en el cuerpo es muy grande, el riñón tendrá que empezar a tomar líquido de las reservas del organismo, lo que llevará a una deshidratación severa.