La única alusión que tenemos a estos personajes aparece en el Evangelio de San Mateo, en el que se menciona a unos “magos” llegados de Oriente que fueron guiados por una estrella para llegar con el Rey de los Judíos recién nacido. Sin embargo, no da nombres, ni dice que fueran reyes y tampoco que fueran tres. Cuenta el relato que Artabán fue el cuarto Rey Mago, pero nunca llegó a Belén. El punto de encuentro de los cuatro reyes, desde donde partirían, era el zigurat de Borsippa, de 7 pisos. Artabán llevaba un diamante protector de la isla de Méroe, un pedazo de jaspe de Chipre, y un fulgurante rubí de las Sirtes como triple ofrenda al Niño Dios.
Según la leyenda, Artabán, que se disponía a encontrarse con Melchor, Gaspar y Baltasar, se encontró con un anciano enfermo, cansado y sin dinero, por lo que sin dudarlo le ofreció su ayuda. Su bondadoso acto generó que el cuarto rey mago emprendiera en solitario su camino hasta Belén, pues esto lo retrasó. Y al llegar a su destino se sorprendió al descubrir que el niño Jesús ya había nacido y sus padres habían huido rumbo a Egipto, escapando de la matanza de infantes que había ordenado Herodes.