La primera fiesta de Año Nuevo de la que se tienen referencias históricas se celebraba en Babilonia (en la actual Irak). Tenía lugar a mediados de marzo, coincidiendo con el equinoccio de primavera, y duraba nada menos que once días. Los antiguos romanos consideraban el primer día del año el 25 de marzo, que era cuando daba comienzo la primavera. Por entonces era común el uso de calendarios lunares más adecuados a los ciclos agrícolas.
Julio César fue el primer emperador romano que decidió acabar con los desfases de tiempo que creaban los distintos calendarios lunares utilizados en el Imperio. En el año 46 a.c. creó el calendario Juliano que contabilizaba 365 días al año y cada cuatro años, 366. Tenía 12 meses y comenzaba en enero. El año que se implantó en calendario juliano se denominó Año de la Confusión pues para arreglar los desajustes hubo que contabilizar 455 días y agregar dos meses de 33 y 34 días entre noviembre y diciembre. La fiesta de Año Nuevo fue abolida por los cristianos por considerarla pagana y sustituida por la fiesta judía de la Circuncisión de Cristo. La aceptación general del 1 de enero como día de Año Nuevo data de los últimos 400 años.