Se cree que la cultura egipcia comenzó con esta práctica, pero no fue así, sino que se trata más bien de un desarrollo o de una adquisición posterior que se dio a partir de la influencia de otras culturas más antiguas. Cuando comenzó a realizarse este ritual cada cuerpo sin vida se trasladaba a su último lugar de descanso, ubicado en el exterior. Gran parte de esta parafernalia tenía como objetivo asegurar la llegada del alma del difunto al otro mundo, pues los egipcios le daban una gran importancia a la vida después de la muerte, motivo por el cual la momificación se desarrolló con tanto detalle.
Antes de que la momificación se estableciera, los egipcios enterraban a sus difuntos en las arenas del desierto, junto con algunas de sus pertenencias. La arena caliente provocaba que el cuerpo se deshidratara antes de alcanzar un grado de descomposición avanzado. Esto se traducía en un grado de conversación parcialmente satisfactorio. Cuando las sepulturas dejaron de ser en el desierto y los egipcios empezaron a colocar a sus difuntos en sarcófagos dentro de habitaciones cerradas, se dieron cuenta que debían hallar alguna técnica para conservar mejor los cuerpos. Momificar a un muerto era un trabajo sumamente extenso, que podía durar hasta 70 días.