A lo largo de la historia, tanto sanadores tradicionales como médicos han creado anticonceptivos orales de dudosa o nula efectividad. De estos muchos contenían aceites, frutas, semillas, raíces y otras partes vegetales que de ningún modo evitaban el embarazo. En la Antigua Grecia, por ejemplo, se sugería a las mujeres que recogieran el agua que desechaban en las herrerías para enfriar el hierro candente, para que se la bebieran tras el coito; también se creía que si una mujer brincaba y estornudaba después de tener sexo, evitaría que el esperma entrara al útero.
Por otro lado, durante la Edad Media, se creía que si una mujer se amarraba los testículos de una comadreja en la pierna se protegería de los embarazos. Este método obviamente no funcionaba y sólo lastimaba a las pobres comadrejas. En los años 900 a.C., los médicos chinos recomendaban a las mujeres comer 16 renacuajos fritos en mercurio después de las relaciones sexuales. Este método en realidad era un veneno que no permitía embarazarse y además dejaba estériles a las mujeres. También dañaba los órganos y podía causar la muerte.